SOBRE ESAS NIÑAS Y NIÑOS QUE NOS NECESITAN
En el año 2004, poco antes que muriera mi padre y algo después de que hubiera sucedido , escribí un trabajo titulado “La Familia”.
Nunca lo publiqué en su totalidad.
La razón es que se trata de un texto muy personal, en cuanto a datos de la vida privada de ellos y mía.
Sin embargo, en junio de 2010, sentí la necesidad de publicar un fragmento del mismo (con varias omisiones), referido a mi padre Sixto Madeiro; lo hice en el portal “Locus Literario” (http://locusliterario.com/forodos/index.php?topic=2108.0).
Una de las razones que originó la hechura del escrito fue revaluar mis consideraciones particulares sobre mi padre y mi madre, purificar y esclarecer ante mi mismo mis sentimientos hacia ellos.
Hacerlo me ayudó a tener una mayor claridad sobre sus vidas y comportamientos.
Pero no fue la única razón.
Como nunca escribo sólo para mi, también guardaba y perseguía otro objetivo.
Por ello, en el prólogo, que verdaderamente lo fue (no surgió como una presentación al terminarlo), se lee:
“La vida se parece a un rompecabezas. En éste, si faltan algunas piezas o no están asentadas en el lugar correcto, la figura a armar queda incompleta o no responde a lo prefijado. Así pasa con la vida: las piezas mal colocadas o faltantes, no permiten un exitoso resultado final. La persona que se pretende armar será siempre, más o menos, diferente de la que hubiera sido de haber trabajado con mayor esmero en la correcta combinación de todas las partes.
No es algo terrible (al menos no siempre). Tampoco algo que podamos evitar por completo; son muchas piezas a colocar en su lugar durante muchos años.
Espero que esto sirva para interesarnos más en esos frágiles y maravillosos rompecabezas que debemos procurar armar de manera perfecta para asegurar el bienestar de ellos mismos y un futuro feliz para la humanidad: me refiero a los niños”.
En ese momento, como hasta hoy, siempre me lamenté ante el desamparo que sufren los niños de la calle, aquellos increíblemente presos de la indiferencia de sus padres y familiares o víctimas de un entorno desentendido de sus vidas e intereses frente a una involuntaria incapacidad paterna para hacer algo mejor.
Y en esta hechura de “La Familia”, sorpresivamente, me encontré con dos personas sobre las cuales, yo menos que nadie, no podía dejar de tener en cuenta que: alguna vez fueron niños.
Copio aquí un pasaje de “La Familia”, vinculado a lo precedente:
“La infancia de mis padres transcurrió en la década del treinta. Aún no existían estos principios (Declaración de los Derechos del Niño). A eso se sumó el efecto adverso que para la Argentina, como para otros países del mundo, representó la llamada “Gran Depresión” acaecida en Nueva York en Octubre de 1929. La pobreza era moneda corriente en las clases trabajadoras y las cifras de desocupados eran alarmantes.
¿Qué habría pasado si mis padres hubieran recibido la atención que se establece en los 10 Principios de la “Declaración de los Derechos del Niño”?
Creo que podría haber ayudado a su mejor desarrollo emocional y psíquico.
No puedo asegurarlo. Me parece que nadie puede. Las personas son distintas unas de otras y, sometidas a un clima hogareño similar, presentan reacciones diferentes...
Pero, releamos la historia de mi padre y la de mi madre donde, por supuesto, la mía se desenvuelve, e imaginemos gente, terceros (instituciones, organismos) que observan el cuadro de situación y actúan “a tiempo” para brindar el apoyo necesario.
Pensemos qué importante hubiera sido esto para, al menos, procurar el correcto crecimiento de ellos. También para el de aquellos que serían sus hijos cuando les tocara cumplir el rol de padres”.
Y así son las cosas. Todo está encadenado.
El entorno actúa sobre nosotros y según la respuesta que demos o, mejor dicho, que podamos dar, algunas puertas se abren y otras se cierran.
En mayor o menor medida, todos somos corresponsables de los sucesos de este mundo. Algo así como un “efecto mariposa”.
Pensemos en el siguiente ejemplo.
Hay una publicidad estatal en Argentina, enfocada a los accidentes de tránsito que dice: “Si se puede evitar, no es un accidente”.
En otras palabras, toda situación de cierto riesgo sobre la cual nos ocupamos en tomar los cuidados necesarios, puede tener un final feliz.
Cuando no hacemos lo que debemos sucede lo previsible.
Así sucede con la niñez.
Que en el mundo haya tantos niños pobres, abandonados, prostituidos, esclavizados, desnutridos, sin educación, sin acceso a lo más preciado de la infancia: la felicidad; todo eso nos muestra (y demuestra) que quienes tienen la obligación “primaria” de evitarlo no lo están haciendo.
Si los niños sufren esos males, pudiéndose evitarlo, entonces no es un accidente, es una acción de olvido, un descuido que raya la premeditación.
Pueden preguntarme: ¿Usted que hace por los niños?
Contesto: desde mi posición de hombre de clase media que todos los días va a trabajar bajo relación de dependencia en una oficina; que tiene tres hijos a los que procura darles lo mejor; hago lo que puedo: escribo algunos poemas que muevan a interesarse por los niños; invito a todos los lectores que lo deseen a que utilicen cualquiera de mis textos publicados en Internet (libremente) para obtener fondos para colaborar con obras de bien público a favor de los niños; realizo donaciones a tres instituciones vinculadas al tema y procuro fomentar en Facebook el intereses por la infancia desvalida.
Me encantaría poder hacer más que eso, pero siento que los tiempos y los recursos que poseo llegan hasta ahí.
Me gustaría tener un espacio propio donde poder darles al menos una taza de leche diaria a muchos chicos. Pero eso requiere un tiempo, una organización y una capacidad que por el momento no creo tener.
Debemos comprender que lo importante en este tema, más haya de lo que podamos o no hacer, es que: sí o sí, no dejemos de interesarnos y reclamar que quienes tienen la obligación fundamental de hacerlo lo hagan.
Estoy hablando de los Estados, de los Gobiernos, de los Gobernantes.
Estoy diciendo que besar niños en campaña, hacer videos emotivos, hacer promesas, no alcanza cuando hay capacidad para hacer mucho más.
Y no debiera importar que haya un compromiso formal, legal, acordado en el marco de las Naciones Unidas o cualquier otro organismo de este planeta.
Debiera ser suficiente ver que las niñas y niños que duermen en la calle, merecen un hogar.
Que las niñas y niños huérfanos, merecen una comunidad que los cobije.
Que las niñas y niños desnutridos, deben recibir a tiempo la alimentación y cuidados pertinentes.
Que las niñas y niños enfermos, sin acceso a la educación, obligados a tener que trabajar, merecen hospitales, escuelas y tiempo para disfrutar de su irrepetible infancia.
Que las niñas y niños utilizados por adultos para fines pornográficos deben ser recuperados y los adultos involucrados recibir un castigo ejemplar.
En otras palabras, debiera bastar tan sólo con ver cuanta miseria lastima a las niñas y niños de este planeta para que quienes tienen los recursos económicos, legales y estructurales para hacerlo lo hagan.
¿Habrá razones desconocidas, poderes ocultos, que impiden que eso pase?
¿Se estarían desmantelando algunos turbios negocios por hacer lo correcto?
Cuando tenía alrededor de quince años (aprox.1972), escribí un poema que luego musicalicé titulado “Duerme niño, duerme”
Duerme niño, duerme;
sigue soñando con hadas y gorriones,
sigue andando por senderos de flores,
por verdes valles,
por bellos salones.
Duerme niño, duerme;
sigue el mundo de tu fantasía pura,
sigue andando bien con DIOS y la hermosura,
sigue soñando...
que soñando eres feliz.
Niño frágil, no despiertes todavía,
no abras los ojos,
no pierdas la poesía.
Niño frágil, no despiertes aún,
por favor, no abras los ojos,
sigue niño que es mejor...
mucho mejor.
No despiertes niño que aún
no hay nada preparado,
no despiertes niño que aún
el mundo sigue odiando.
No despiertes niño,
quédate dormido,
dame tiempo para darte
un mundo lindo,
para que cuando despiertes
te reciba con dulzura,
sin lágrimas en los ojos,
sin heridas, sin arrugas.
Con las manos pobladas de flores,
con un canto alegre en los labios,
con una mente sin tristes recuerdos,
con mi amor y mi DIOS en las manos.
Duerme niño, duerme,
no quiero que me veas llorando;
duerme un poco más y al despertar
te entregaré un mundo manso;
y entonces tu y yo podremos
demostrar que aun amamos.
Duerme niño, duerme.
Hasta el día de hoy es un poema que me conmueve profundamente.
Quizá, sin duda, algo de mi infancia se esconde en esa letra.
Recuerdo que al escribirlo pensaba en si deseaba traer un hijo a este mundo.
Siempre, al leerlo o cantarlo veo a niños desprotegidos a los que lo mejor que les puede pasar es permanecer dormidos hasta que el mundo sea un lugar digno de ellos. Algo así como suspender el tiempo hasta que las cosas mejoren.
Y juró por DIOS y por mis hijos que me encantaría poder hacer mucho, muchísimo más de lo poco que hago para que el planeta Tierra sea un lugar agradable, pacífico, con gente interesada en la Verdad y a partir de ella logrando verdadera Justicia, con personas sinceramente interesadas los unos en los otros.
Un mundo así, además de ser necesario, es posible. El “cómo” es una respuesta que debemos dar los miles de millones de anónimos seres que la poblamos.
Hay organizaciones, hay gobiernos, hay poderes.
Pero es nuestra presencia permanente la que puede cambiar el mundo.
Mi hija pequeña...
Mi hija pequeña,
toda desgreñada,
mal lavado el rostro
y envuelta en andrajos,
limosnea en la esquina
a los transeúntes.
Mi bebé se agarra
muy fuerte a la teta
de su madre flaca
que también mendiga
sentada a la entrada
de ese viejo templo.
Ahí corre mi hijo,
descalzo, harapiento,
camino hacia el taxi
para abrir la puerta
con su triste mano
pidiendo monedas.
Son tantos mis hijos
vagando las calles,
los trenes, los subtes,
los bares, los puertos,
dándote estampitas,
ofreciendo flores,
y aun otros, ¡Oh, DIOS!,
vendiendo su cuerpo,
que tengo la horrible
certeza al verlos
que a nadie le importa
su padecimiento.
Hay muchos discursos,
muchos manifiestos,
grandes impostores
tras grandes lamentos,
no creeré en ninguno
de ellos hasta verlos
que de verdad cumplen
con sus juramentos.
Lo repito: Hay organizaciones, hay gobiernos, hay poderes.
Pero es nuestra presencia permanente la que puede cambiar el mundo.
Daniel Adrián Madeiro
Con Verdad y Justicia, construyamos una Tierra digna de nuestros niños
Copyright © Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.
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